domingo, noviembre 26, 2006

Mentira o ruptura

No importa cuantas veces se repitan las mentiras; la verdad siempre se sabe. Cuando en una relación alguien miente, oculta algo o, sencillamente, no es sincero, todo acaba por pasar factura.

Es difícil asumir una mentira. Mucha gente cree que es mejor guardarse la mentira para uno mismo, no desvelar ese instante crítico dentro de la fragilidad de las relaciones humanas. Otros no dudan en proseguir con su mentira, viviendo una ficción. Porque es para ellos la única manera de conservar la cordura y la coherencia de su mundo. Construir algo desde una mentira no deja de ser otra gran falacia. Pero hay gente que, por interés, por ignorancia o por debilidad, miente, engaña o, sencillamente, mete la pata. Y en ese momento se prueba la valentía de su espíritu. Aquellos que prosiguen su existencia con la mentira como fundamento demuestran vileza, cobardía e ignorancia. Aquellos que se atreven a decir públicamente “lo siento” o “me equivoqué” maduran espiritualmente, aun a costa de que la fantasía en la que viven se vaya a pique.

No es fácil entender los motivos de un error o de una mentira, pero sí los de su continuación. Miedo, cobardía, temor al rechazo, al ridículo. Otros lo hacen por mera incapacidad; es decir, porque no saben hacer otra cosa y necesitan engañarse a sí mismos para creerse alguien mejor. Y de estos, no os confundáis, los hay en todas partes.

Reconocer un error y rectificar es de sabios, según dicen. No lo sé. Lo único que sé es que continuar una mentira sí es un error. Y ese error se puede producir a nivel de relación de pareja o entre políticos y votantes. La mayor mentira no es que la ETA se esté rearmando en otro proceso claro de tregua trampa. La mayor mentira es que el gobierno se tape los ojos y repita el mantra absurdo de vendernos la paz. Señores votantes, afiliados y diputados socialistas, miembros de la izquierda en general, repetir una mentira sólo produce otra gran mentira. Querer negar la realidad es infantil y ridículo. Pero todavía están a tiempo de que sus próximas palabras sean “lo siento, nos equivocamos”.

Pero eso sí, al igual que en una relación de pareja, en esos momentos de crisis, se producen rupturas, circunstancias de terrible dolor que procuramos alejar de nuestra mente. Pero no por ello dejan de ser reales. No se engañen, amigos, ayer la multitud de personas que nos manifestamos (más allá de las ridículas cifras y la obsesión por la inquina y la mentira), lo hicimos porque queremos que ustedes digan “basta ya”. Queremos que dejen de proseguir una ficción basada en una mentira. Queremos que detengan esa eterna bola de nieve que se mueve en sus cabezas.

Cuando uno dice “perdón”, la gente suele perdonar, aunque no olvidar. Y es eso lo que ustedes más temen. Temen que por reconocer su error, su obcecación, su pábulo al chantaje, el pueblo les de la espalda. Porque, como ya dije anteriormente, el olvido no tiene fin. En una pareja, decir adiós supone querer olvidarse de los buenos momentos y eso es difícil, por pocos que fueran. Pero en una circunstancia tan extrema y grave como la aceptación del terrorismo, de la utilización del terror provocado por la muerte indiscriminada y sin justificación posible como elemento del juego democrático, ustedes han manchado su pensamiento y sus manos de sangre, de esa misma que una vez derramaron los asesinos y que nosotros, ayer, volvimos a conmemorar en la comunión de nuestra presencia. Reconocer que el terrorista puede siquiera en lo más remoto obtener cualquier rédito, ya sea político, social o económico, de su acción vandálica es disparar al corazón mismo de la democracia y del Estado de Derecho. Es ir contra la voluntad del pueblo que se otorgó a sí mismo en 1978 una Constitución de reconciliación. Es reconocer que ustedes, amigos de la izquierda, siguen queriendo utilizar la violencia para conseguir lo que no se ven capaces a través de la palabra.

Esta mentira es su modo de vivir. Pero siempre se consiguen mejores cosas con la verdad por delante, aunque duela.

Ayer, 25 de Noviembre de 2006, cientos de miles de ciudadanos españoles se lo volvimos a recordar a esa parte de la sociedad que voluntariamente está rehén de la mentira. Abrid vuestros corazones, atreveos a decir “no” al terror y a la falsedad y recibid nuestro apoyo y abrazo de bienvenida a un mundo nuevo, un mundo donde, sí, las cosas duelen, pero precisamente porque duelen, sabemos que estamos vivos. De igual manera que España se siente viva precisamente porque llora y siente el dolor de sus víctimas.


sábado, noviembre 25, 2006

Userbar de La Bola de Cristal

Hola a todos. Como habréis visto, el blog tiene nuevas secciones que irán actualizándose cada cierto tiempo. Algunas de ellas son para que podáis repasar algunos temas importantes.

Hoy estrenamos otra de las sorpresas: ya tenéis disponible el userbar de La Bola de Cristal.


¡Enlazadnos en vuestras firmas y blogs!


viernes, noviembre 24, 2006

Las Miradas. Segunda Parte

¿En qué nos fijamos los hombres cuando vemos a una chica? ¿Seguimos el tópico aquel que dice que los tíos se fijan en el culo o en el pecho? En mi caso yo me fijo mucho en la sonrisa de las chicas, en sus ojos y en sus manos. Obviamente, me gusta que tengan un culo bonito, pero me importa más, a este nivel meramente físico, otras muchas cosas.

Como os podréis imaginar por el título hablaremos de nuevo de las miradas. Una de las cosas que más habla de una persona es la manera en que mira, la vivacidad de sus ojos y lo que transmiten. Hay miradas misteriosas, sexys, inquisitivas, vacías, enfermas, risueñas, ladinas, malvadas, de dolor, de cansancio, de terror. Casi cualquier adjetivo cabe para definir una mirada. Y yo creo que cuando encontramos en esos ojos aquello que buscamos, aun cuando no hayamos hablado todavía con esa persona, ya caemos en la red de su antojo. Porque si la cara es el espejo del alma, los ojos son, posiblemente, lo que quiere ese alma.

Dicen que en España tenemos una obsesión por las rubias de ojos azules, por aquello del arquetipo sueco. Pero luego es el paradigma sevillano (la morenaza de ojos verdes) la que suele llevarse el gato al agua. Pero, ¿realmente es por el color de los ojos o por la picardía con la que miran? Una mirada puede atraer tanto o más que un buen culo. Y si las chicas utilizan sus “armas de mujer” me llama enormemente la atención qué poco utilizamos los chicos una de las pocas armas que nos iguala con ellas: los ojos. Ellas se los pintan o realzan, entre otras cosas, para destacar algo en su mirada o para evitar que diga otra cosa. Nosotros, empero, somos menos capaces de aprender a mirar. Confiamos más en nuestros instintos y, normalmente, nos equivocamos.

¿Y las chicas se fijan en la mirada de los chicos? Pues, sinceramente, no lo sé, aunque creo que sí, aunque no muy conscientemente. Los chicos solemos embobarnos ante unos ojos hermosos, nos atrae la picardía de su mirada, su viveza, su transparencia. Las chicas, pienso, se ven más atraídas por las miradas misteriosas, seguras y también por las risueñas. El eterno misterio de la mirada de las personas siempre conseguirá atraparnos y por mucho que luchemos sucumbiremos a una linda sonrisa y a una mirada que nos derrita.

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.

Gustavo Adolfo Bécquer


miércoles, noviembre 22, 2006

¿Es posible pasar del amor a la indiferencia?

Una ruptura es un momento delicado, difícil, de ansiedad y de replanteamiento de valores. Se trata de un instante prolongado en el tiempo en el que intentamos convencernos de que seguimos siendo felices a pesar de todo. En algunos casos, la circunstancia hace que para uno de los dos sea más fácil que para otro, puesto que quizá rompió porque un tercero le devolvió la ilusión. Otras veces, son los dos los que acaban por distanciarse. Y algunos llegan incluso a odiarse.

Pero yo me pregunto por algo más sutil y, en mi opinión, más terrible que el odio: la indiferencia. Me pregunto por ese velo que turba los recuerdos y los tiñe con el color del sueño, como si en realidad nunca hubiera pasado. Y de ese modo, como la mayoría de las cosas con las que soñamos, van pasando, como el agua de un río, para dar finalmente al mar del olvido, donde nada fue real y el tiempo se acabó.

Es el olvido en mi opinión un estado de odio superior al de la negación de la otra persona. El olvido se convierte en un grifo con garras afiladas que destruye todo. Es la pareja convertida en Saturno que devora los propios recuerdos. A veces el olvido viene propiciado por una necesidad de autodefensa por la ausencia de la otra persona. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero sólo el olvido permite seguir.

Y, sin embargo, pienso que la indiferencia, ese estado de olvido consciente y voluntario es aún peor que la destrucción de la memoria. Esa sensación de convertirte en transparente a los ojos de la otra persona, esa impotencia ante la degeneración del amor, es quizá más frustrante que cualquier otra sensación.

Porque no nos engañemos; olvidar es muy complicado. Porque en la infelicidad perpetua del vacío existencial de no ser de otro siempre vuelve el recuerdo como un diablo certero que atina en nuestro rincón más sensible. Y es entonces cuando nos volvemos taciturnos, irascibles, sensibles a cualquier gesto, mirada o palabra. Cuando la cizaña de la memoria imposible de evadir se convierte en cotidiana, la vida se hace casi insufrible pues vivimos el pasado en lugar del presente.

Y en esas circunstancias, cuando volvemos a ver a la persona que lo fue todo, sentimos nuestras defensas flaquear y lloramos profundamente. Quizá no lágrimas visibles, pero sí lamentos sordos que se transparentan en cada palabra, en cada mirada, en cada respiración. Y cuando esa que pensaste era tu otra mitad te mira con esos ojos que atraviesan paredes, te sientes desnudo ante su capacidad de sentirte indiferente. Y en esos momentos preferirías morir y no sabes si el pasado fue un sueño, el presente una tortura o el futuro una comedia.

Nos prometemos ser más fuertes. No recordar. Renegar de nuestra propia naturaleza. Y al instante damos la vuelta y caemos de nuevo en el abismo oscuro del pensamiento mortal: por qué…

Y pensamos entonces que el olvido todo lo cura, pero no hay cura para el olvido.